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¿Será el BCE el nuevo BOJ?

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Es normal presumir que habrá un cambio de política cuando hay un cambio en la administración de una institución. De hecho, es un poco inevitable. Incluso para una institución como el BCE que tiene un mandato de mantener la estabilidad, hay diversas visiones sobre cómo mantener esa estabilidad.

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La reestructuración del Comité Ejecutivo del BCE ha sido un largo procesos de negociaciones para equilibrar dos fuerzas: la del “norte”, liderado por Alemania, inclinada hacia la estabilidad; y la del “sur”, alternativamente impulsada por Francia e Italia, con un mayor enfoque en potenciar a la economía.

¿Una nueva dirección?

Los últimos acontecimientos han sugerido a algunos analistas a argumentar que el centro de gravedad del banco ha movido hacia el norte. Es que la Presidencia y el Economista Jefe pasaron desde Italia y Portugal hacia Francia e Irlanda respectivamente. Para algunos les hace recordar el mandato de Trichet.

Como nueva Presidente del BCE, Christine Lagarde ha sido notoriamente callada en cuando a un nuevo estilo, por lo menos hasta que se terminó la designación de los últimos cupos del ente regidor ahora  principio de año. Si bien ella tiene una amplia carrera que permite dar indicios de cómo analizaría política monetaria, muchas veces las cosas son distintas desde adentro. Tal puede ser el caso con subir la tasa de interés.

El estigma del Banco de Japón

Desde la última crisis financiera, más y más bancos centrales han optado por las tasas negativas. A contar del tiempo, un padrón preocupante ha aparecido en que hasta ahora ninguno de ellos ha logrado volver a las tasas positivas. El que ha estado más tiempo en esta posición de tasas ultrabajas es el BOJ, que ha presidido por décadas ya sobre un período de bajo crecimiento, deuda fiscal altísimo, e inflación estancada. El “líder” de tasas bajísimas no da un ejemplo apetecido (Dinamarca fue el primero en pasar a negativo, pero se entiende que fue por mantener su diferencial de rendimiento con el resto de Europa).

A mediados del año pasado, se especulaba que el BCE iba a subir la tasa, pero eso terminó en nada para Septiembre cuando volvió a adentrarse más en las tasas negativas ante el panorama económico. Si bien hay un consenso creciente en la comunidad financiera (incluyendo entre los miembros del BCE, como Mersch y Lane) en contra de tasas negativas poloncadas, el anterior empleador de Lagarde, el IMF, acaba de abogar por tasas “profundamente” negativas como una solución.

Prueba de diagnóstico

La revisión estratégica impulsada por Lagarde ha causado bastante especulación. Muchos ven que sus eventuales conclusiones podría ser la base de la política futura. Pero algunos también argumentan que no es tanto una búsqueda de respuestas sino de justificaciones para lo inevitable: una vez se pasa a las tasas negativas, es virtualmente imposible salir de ellas. Si el BCE vuelve positivo antes del 2022, sería el primero en el mundo en contra de toda expectativa de los analistas que ven tasas negativas mucho más allá del 2021.

Aun si el BCE logra salir de las tasas negativas, aún estará en la postura de Japón con tasas ultrabajas, que no ha logrado superar desde mediados de los ’90. Muchos apuntan a que las problemáticas de Europa son notoriamente similares a la situación de Japón: aumento del déficit, crecimiento anémico, y debilidad de la moneda en un intento desesperado por apoyar a las exportaciones. La única diferencia grande es que Europa tiene una tasa de desocupación mucho más alta.

La solución pareciera estar fuera de las manos del banco central: por un lado se argumenta que Alemania debería entrar al gasto de déficit (o sea, seguir el ejemplo de Japón), mientras el otro aboga por reformas estructurales (es decir, la ruta de EE.UU.) Veremos cual gana al final.

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